Para Leonor sus primeros ocho años de vida fueron un reino de dicha. Hasta que se enteró de la enfermedad terminal de su madre. Aquel acontecimiento abrió la puerta a un sombrío futuro, que la obligó a enfrentar una lucha contra ella misma y sus circunstancias.
Con el paso del tiempo la sabiduría de las mareas y los vientos regeneradores se encargaron de llevar su averiada, mas no destruida embarcación, hacia un puerto seguro: su abuela Ifigenia y su abuelo Salvador. Los libros, que habían sido ya en su infancia amigos entrañables, siguieron en fecunda relación con ella ahora desde el amoroso acompañamiento de los abuelos.
La tierra prometida de la protagonista se ubica dentro de los terrenos de una granja en Arandas, ahí el amanecer y el ocaso juegan en total armonía, ahí el frío se acurruca con el cobijo del primer rayo de sol de la mañana, ahí no se le escatimaron a Leonor las palabras de aliento, ni el abrazo de la tierra colorada de los Altos de Jalisco, que se encargó de hacer el resto.
Para Leonor sus primeros ocho años de vida fueron un reino de dicha. Hasta que se enteró de la enfermedad terminal de su madre. Aquel acontecimiento abrió la puerta a un sombrío futuro, que la obligó a enfrentar una lucha contra ella misma y sus circunstancias.
Con el paso del tiempo la sabiduría de las mareas y los vientos regeneradores se encargaron de llevar su averiada, mas no destruida embarcación, hacia un puerto seguro: su abuela Ifigenia y su abuelo Salvador. Los libros, que habían sido ya en su infancia amigos entrañables, siguieron en fecunda relación con ella ahora desde el amoroso acompañamiento de los abuelos.
La tierra prometida de la protagonista se ubica dentro de los terrenos de una granja en Arandas, ahí el amanecer y el ocaso juegan en total armonía, ahí el frío se acurruca con el cobijo del primer rayo de sol de la mañana, ahí no se le escatimaron a Leonor las palabras de aliento, ni el abrazo de la tierra colorada de los Altos de Jalisco, que se encargó de hacer el resto.